Domicilio de Nadie
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Mensaje  Admin Dom Mar 09, 2008 8:23 pm

A continuación, el prólogo desestimado por cuestiones de espacio:

Presentación:
Sobre guerras inconvenientes en una normalidad irreal


Siguiendo el ejemplo de otro título de esta colección, Tendré un helicóptero. Muestra de una nueva lírica húngara, una selección de lo más divertido y recomendable, he decidido titular este libro “Muestra” y no “Antología”.
¿La razón? El término “Antología” se ha vuelto insoportablemente problemático en España. Atrincherados detrás de todo tipo de banderías y de escuelas literarias combatientes, el incauto antólogo español que indague por la escena actual peninsular se encontrará en mitad de un encarnizado fuego cruzado que debería ser totalmente ajeno a las prácticas de la escritura literaria y del mundo cultural, especialmente el poético por ser, junto al teatral, el menos vendible de los géneros.
Todo el mundo sabe lo corrupto que es el mundo editorial en general, por la sencilla razón de que se trata de un mundo empresarial, y como tal debe acarrear un mínimo de discurso de poder, un máximo de promoción y de imagen publicitaria… Sin embargo, aun siendo poco ingenuos y admitiendo que sin corriente de dinero no hay corriente o distribución de poesía, yo creo que Foucault se llevaría las manos a la cabeza (o se las frotaría con gusto ante una objeto-presa de análisis tan suculento) ante el lamentable espectáculo del gremio poético español.
Cualquier lector enterado de lo que se cuece desde 1980 (con el precedente de la estela dejada por los Nueve Novísimos de Castellet (1970), pistoletazo de salida para todo tipo de especulaciones crispadas) sabe que en las últimas décadas una tendencia disputa a todas las demás el dominio del mercado de la poesía, uniendo una determinada forma de entender la poesía con unas determinadas revistas y editoriales, dotando de espada y de armadura a una propuesta escritural común que se convirtió, en muy pocos años, en bando o clan enfermizamente opuesto a todos los demás.
Aunque no faltan intentos de organizar movimientos o prácticas con el objetivo de romper este esquema en que una manera impone su pax al resto, el problema suele ser la reproducción de los mismos métodos aún para proyectos de indudable valor, honradez y nobleza literaria.
En España el género de las antologías se ha convertido en un deporte de riesgo, en el que el antólogo se expone a recibir los más terribles anatemas críticos, boicots y censuras de todo tipo. He recibido el encargo de coordinar esta muestra o antología como quien recibe el carnet de “El club de la lucha”: de vez en cuando me estimula el hecho de ser apaleado, herido, por eso he asumido este peligro y me dispongo a recibir el chaparrón.
Sin embargo, el antólogo (y también el poeta y el narrador) cuenta con una ventaja inesperada: como no se lee en España, su libro pasará completamente inadvertido por todos, sin recibir crítica alguna; y en todo caso, si se produjera esa crítica negativa constituiría una ayuda más que un inconveniente.
Las antologías, el espacio editorial para los que llegan, deberían ser una práctica normalizada, y no la excepción en un mercado de antologías “representativas” que generan los siguientes conflictos: ¿Quién “entra” y quién no “entra”? ¿Qué poesía “entra” y cuál no? ¿Cuál es la representativa? ¿Cuál será el canon? Naturalmente, excluyo de este juicio a las antologías académicas que, editadas o coordinadas por profesores o especialistas, no pretenden otra cosa que reactivar la circulación de poesía entre el alumnado y el público en general.
Llegados a este punto se me ocurre preguntar: ¿Por qué debe ser representativa una “muestra” o “antología”? ¿Representativa, de qué? ¿De quiénes? ¿De los que más ruido han hecho? ¿De los que más libros publicaron? ¿Por qué debe entrarse en luchas? ¿Acaso no se trata de leer poesía y nada más? ¿Por qué no dejar para el público las funciones que actualmente se apropia el editor o el antólogo? ¿Por qué no crear de una vez ese público, dejándolo fuera de las luchas gremiales?
Con los mecanismos actuales sólo se llega a la monotonía, a la repetición incesante de poéticas y nombres, a la reproducción de textos cargados de interés lucrativo pero totalmente exentos de innovación. Ocurre en las casas editoriales y agencias literarias lo mismo que en la Universidad: el jovencito es sospechoso, la inmadurez se eleva a pecado, los que se subieron al carro temen que los advenedizos los superen o apaleen. Sin duda, en España nos merecemos el miserable índice de lectura que arrojan las estadísticas año tras año, no existe una idea de cooperación que pulverice la inmovilidad.
Esta definición explica el prestigio creciente y la atracción que la figura de Leopoldo María Panero ejerce todavía sobre el público y los poetas jóvenes. A él lo van a buscar a su nido los editores para que escriba, no es como los demás que tratan de imponer lo suyo en la selva intrincada en que pugnan demasiados.
La poesía paneriana se impone sola, porque la espera el público paneriano.
Así pues, esta muestra no trata de ofrecer un panorama de la poesía barcelonesa contemporánea ni es representativa de nada. Sencillamente trata de dar fe de una poesía escrita en Barcelona o por barceloneses, sin más, con ánimo de escandalizar (naturalmente) pero no de hacer enfadar al susceptible gremio de poetas y editores de poesía, todos aquellos que llevan unos treinta años enfangados en sus guerras absurdas, sin entrar en sus conflictos, esquivando sus choques y asaltos.
Supongamos que me propusiera coordinar otra antología (una más) verdaderamente “representativa” de lo que viene cociéndose desde las últimas décadas de siglo XX. Mi pregunta es: ¿añadiría realmente algo? ¿Podría ser más exacta, más justa, más amena? La respuesta es: difícilmente. E inmediatamente se me ocurre: ¿por qué no idear algo por lo menos más divertido, más útil, más original, menos encasillable?
El nauseabundo panorama literario hace desistir a los mejores escritores de buscar notoriedad, desean jubilarse antes de empezar, escriben poesía con la pena de que jamás verá la luz. No es pereza lo que les inmoviliza: es asco. Hastío. Dudas. Ese asco me parece importante potenciarlo: reflejarlo, retorcerlo, mostrarlo a la luz y arrojarlo al público devastado por las propagandas. Está bien que el escritor se ocupe de su imagen y su promoción, pero es fatal que los jóvenes descubran que en sus hipotéticos maestros no hay más que aire, en un contexto en que la promoción ha devorado por completo la inquietud estética.
No estoy seguro de que en las demás naciones europeas ocurra algo parecido, o en Hispanoamérica. La verdad es que tampoco me hago muchas ilusiones de lo que pueda ocurrir fuera de aquí.
Sólo sé que, en Barcelona, Joan Brossa se moría de hambre. Y esto debería darnos ya una indicación de hasta qué punto han llegado las cosas. No puede ser que nuestros genios languidezcan de inanición en sus casas.
Lo que puedo hacer más allá de la mera denuncia es defender la muestra que me ha sido encargado coordinar, y que me gustaría que reflejara la diversidad de que hablaba un poco más arriba. Varios argumentos o criterios creo que otorgan valor a este pequeño libro. Para empezar se ha editado en Puerto Rico y se leerá fundamentalmente en América. Es decir, se trata de una muestra forjada fuera de la infecta atmósfera editorial española, para lectores a quienes hay que informar, indudablemente, de los principales autores peninsulares, cómo no, pero a quienes no hay por qué aburrir con el relato de viejas pugnas y causas ya demasiado antiguas, o con antologías tautológicas y engañosamente veraces.
En segundo lugar, no puedo afirmar que la poesía lírica incluida aquí sea la mejor de la ciudad, pero sí puedo decir que es la más independiente, la más autónoma y la más consciente de todas. Con esto creo pecar de arrogante, pero yo siempre he pensado que la vida consiste en no tener abuela no teniendo jamás humos.
Un jovencito autor de poesía español, en la actualidad, lo tiene muy fácil si, a los treinta y cinco años, quiere editar un libro de poesía. Basta con que se adhiera a la tendencia dominante, basta con que trate de figurar en las antologías de su rebaño, corteje a ciertos autores con poder editorial, espere, escriba según las directrices que le sean afines, espere unos añitos más, gane un par de premios amañados, y verá cómo su retoño acaba viendo la luz como recompensa a la admiración profesada a los dirigentes ideológicos.
En mis deberes figura escribir algún día el cuadro de costumbres del jovencito poeta que va de presentación en presentación a cortejar a los consagrados, y cuando su barba canea ya, le entregan por sorpresa el retoño por el que tanto suspiró.
Luego están los alternativos, y luego los que se erigen como alternativa a la anterior… No hace falta ser especialmente sagaz para comprender la mecánica hegeliana que siguen las diferentes y alternantes propuestas alternativas que se combinan y matan mutuamente a ritmos vertiginosos desde una prensa cortante y retumbante.
No me extraña que hace trece años, en un ensayo subtitulado “Observaciones en defensa de una poesía para los seres normales”, Luis García Montero señalase la necesidad de regresar a la lectura y escritura poéticas como un lugar de refugio alejado de toda pugna ideológica infectada por el odio.
Sin embargo, la maniobra de intentar una poesía de y para los seres “normales” me parece siniestra. Obviamente fomentar el odio desde una página literaria es un juego oscuro y sospechoso, cuando no estúpido e impertinente. Sin embargo, ¿qué ocurre si la furia es un elemento creativo, un motor sentimental e incluso una raíz estilística? ¿Debe excluírsela? ¿Debe reprimir el poeta sus conflictos, sus inclinaciones indefinidas, su libido literaria, es decir, todo lo que hace interesante un texto literario? Se equivocan quienes creen que la “extravangancia” es un deseo de heroicidad, lo excéntrico deja de ser una opción cuando lo axial o normativo desaparece.
Actualmente se confunde demasiado “normalidad” con “aburrimiento”. No me cabe ninguna duda de que el manifiesto de García Montero no es más que un ejemplo paradigmático de lo que Lyotard llamó “realismo del qué más da”, llamada al orden, invocación de un cansancio que no existe. Las poéticas de la normalidad únicamente pueden producir bostezos. Su “normalidad” es una suficiencia comercial y en ningún caso una realidad de la demanda.
Por lo tanto, denunciar una heterodoxia (y acusarla de ser receptáculo de un rencor o resentimiento) no es más que una llamada a la prudencia típicamente reaccionaria, o hasta judeocristiana, si se quiere ser radical. La verdad es que no hace falta ser “radical” para darse cuenta de esto, solo hace falta ser “normal”. Yo creo que lo único “normal” es consumir una poesía que no fomente el tedio y la inmovilidad.
La poesía es el receptáculo de los líquidos que permanecieron estancados en una mente. ¿Qué lector de poesía no desea entrar en contacto con un idiolecto que no sean el suyo ni el circundante? Si reproducimos en el texto literario lo que ya sabe el receptor, multiplicamos la monotonía y no hacemos más que restar crédito al discurso literario. Los seres normales no existen, y si existieran no leerían ni escribirían poesía. En la presente muestra no hay ni el más mínimo rastro de “normalidad”. La normalidad encubre una ortodoxia, una sofocación.
La poesía no deja de ser un refugio de las mentes activas si se atreve a encarar problemáticas, conflictos, traumas. Hasta una poesía decididamente desequilibrada sirve luego de refugio racional. García Montero se equivoca si culpa a la poesía colérica o desordenada de completar la hostilidad del mundo que nos rodea. La única razón posible tiene forma de vanguardia: la heterodoxia es nuestro único refugio. La personalidad liberada debería poder deshacer todas las trampas del sentido común que conforman la hostilidad generalizada.
Sin oponerse a todos estos elementos pero sí huyendo de ellos, el presente libro se propone presentar al lector americano (y a los europeos a quienes llegue el volumen) poesía escrita en Barcelona o por barceloneses no enclavada en un esquema editorial previo. La falta de visibilidad (mejor dicho, la falta de codicia necesaria) se ha convertido aquí en un factor combinado con la búsqueda de la calidad. Quien les habla es unamuniano a veces: debe haber ambición y no codicia en los proyectos literarios. Y la ambición puede llevar aparejada la generosidad, como un delfín inesperado que siguiera un buque a la deriva. Este ha sido el único criterio de selección que se ha seguido: no caer en lo rutinario, no figurar en ninguna de las dos tendencias ni en ningún otro movimiento consolidado, visible o explícito, no limitarse a ser “normal” ni “representativo” de no se sabe muy bien qué.
Pero dejando aparte esta defensa apasionada de la presente muestra, digamos que, en definitiva, el criterio de selección ha consistido en no ofrecer más que algunas poesías nacidas alrededor de una ciudad cualquiera, hostil y múltiple como cualquier otro foco de cultura desleal.
Únicamente queda agradecer sus orientaciones a Javier Cubero Egea y Eduardo Moga, y dedicar este libro a Judith, porque si ella no coordinase mi vida yo no podría haber coordinado esta muestra.

Andreu Navarra Ordoño,
Mayo de 2007

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